Con las manos siempre frías, con los pies siempre fríos, con las orejas siempre frías, caminar por los días del invierno pareciera poco justo.
Es que el sol que nos gobierna parece tan lejano, tan débil, tan fácil de mirar fijo que no pareciera el mismo que en veranos pasados nos cegaba en un instante.
Es que las hojas del otoño ya no están ni en las veredas, solo charcos y esqueléticos árboles esperando ser salvados de la inevitable estación.
Es el invierno quien domina, son sus tardes cortas, sus noches largas, muy largas, es el frío que nos asusta, es la enorme cantidad de ropa que nos abraza y nos incomoda el andar.
Son los paisajes que pierden colores, son los grises que ganan paisajes, todo parece más sucio, aburrido, soso, por así decirlo.
Y dentro los cuartos están las sabanas frías, esas que deseamos compartir, las que nos dan refugio del frío mundo que se asoma en la ventana.
Ese mundo frío que sólo nos invita a quedarnos contemplándolo para dale envidia de ese abrazo silencioso y de miradas perdidas que se gesta en esa cama.
Todo se sumará y terminará de cobrar sentido cuando este invierno nos encuentre caminado un mediodía con un cielo despejado y ese pobre sol disminuido nos ilumine la pálida cara para sacarnos una sonrisa, ese es el instante que debemos ir a buscar.
sábado, 24 de julio de 2010
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