jueves, 1 de septiembre de 2011

Septiembre

Yo si sé cuando me miento, sobran pruebas en mis intentos de creer en verdes paisajes de calles soleadas. Sé que corro tras la luz mirando al cielo, esperando que el celeste quite el peso de convivir con lo oscuro de una noche melancólica. Si, es cierto que me engaño, añorando primaveras de positivas elucubraciones. Esas ansias de salir con la sonrisa marcada de oreja a oreja, escuchando uno de esos grandes discos que me suele acompañar. La verdad que las largas noches sin consuelo de viejos dolores son iguales todo el año. Si mi compañía es una simple acumulación de almohadas en una inmensamente cómoda y fría cama y la velocidad en la que me enredo en las sábanas es lo cercano que me queda, claramente es un engaño. Un engaño que alimenta la esperanza de que los cambios de septiembre traigan un perfume que desconozco al que haré mi favorito. Simplemente el clima, ese buen clima, me incentiva a salir a caminar sin temor a manos frías por las tardes largas que se avecinan. Son los días de septiembre que me mueven de los infinitos anocheceres de un invierno que siempre parece extenderse más de lo que uno quisiera. Pero en lo constante del tiempo reza su aterradora y esperanzadora realidad, por lo que a septiembre solo resta esperarlo, con sus primeros colores y aires livianos, esos que cambian el engaño por la queja de una mancha en el lente de unas gafas oscuras y las ropas que ya no cubren mis brazos y piernas. Es entonces cuando ese gris personaje que puedo ser se transforma en un niño dueño de una mueca divertida que va vistiéndose como un hombre con el paso de los años. Si, es cierto que me engaño nuevamente, pero el invierno se despide y aligera mis pasos, hoy con eso me conformo.

sábado, 28 de mayo de 2011

Insomnio

Cada vez que apago la luz al final de un viejo día, me escondo en la oscuridad del deseo de uno nuevo y brillante. Como si el sol fuera a fallarme temo por un segundo, pero la ansiedad de volver a empezar me hace las veces de aliada y la espera por el amanecer se transforma en un dulce recuerdo de los errores que no volveré a cometer. Las incontables veces que se repiten frases de optimismo parecen mantras salidas de libros de autoayuda. La mirada fija al techo y el silencio de mi pequeño entorno hace de mi respiración una respuesta superadora a la nada reinante. Lo que a veces un hallazgo de sábanas frescas en el lado opuesto de la cama, ahora parece un espacio sin sentido, lleno de un vacio que exige a mis brazos extender su longitud en búsqueda de un poco de calor ajeno. Es ahí cuando los músculos de mi cuello se contraen para llevar mi cabeza hacia un costado y con ella mi mirada vuelve a perderse en el espacio del cuarto, pero son otros músculos los que se contraen para cerrar mis ojos y forzar un sueño de manos tomadas y suaves abrazos para ahuyentar las pesadillas de jornadas pesadas. Una vez más, como siempre, la realidad abre mis ojos y el sueño deseado se queda en deseo. Las mil formas de relajación parecen semillas en tierras áridas con cielos claros, donde el insomnio se burla de todos los intentos. Y así, como siempre, juego a entretenerme con recuerdos que me roban una sonrisa o me auguran una amargura, mostrándome imágenes pasadas en una calidad inigualable, llevándome a esas inevitables preguntas existenciales de arrepentimientos inútiles y su imposibilidad de cambio. Mientras tanto, el tiempo continúa su inquebrantable marcha hacia la repetición de su eterno ciclo de segundos, minutos, horas, días, semanas, meses, años, lustros y demás. Todo lo complejo de una simple espera, queda librado al poder del insomnio, que se atreve a reinar en mí, pero como aquello que tiene un final en su ser, la batalla es ganada por el sueño, que aparece casi como si nunca lo hubiera buscado y el descanso se hace presente una vez más, sólo para ser interrumpido por lo cotidiano un despertar que marca un nuevo comienzo.

jueves, 27 de enero de 2011

"Salto de fe"

Hace tiempo que no hago esto, debe ser por alguna razón, es decir, ¿por qué si no? Pero para respuestas tengo tiempo. Por ahora solo vuelvo.
Siempre que me encuentro con esta sensación de necesidad de decir, contar, mostrar algo, circulo por una delgada línea. Esa delgada línea que de un lado tiene a alguien mostrándose como quien que sabe lo que hace y del otro lado a alguien con temor de mostrar lo que cree que sabe. Entonces, sólo entonces, camino por esa línea sin mostrar nada de eso, pero sin temor a hacerlo.
En los últimos tiempos, digamos, he recobrado cierto interés en aprender, en buscar el saber por el saber mismo. Este interés me lleva a volver a leer discusiones que tenia descuidadas, a buscar distintas interpretaciones de temas que pueden enriquecer posturas que uno tiene ante “la vida misma”, cosas como recuperar viejos teóricos que vieron estructuras o funcionamientos en lugares que hoy son esenciales para el funcionamiento de, pongámosle, el Estado. Cosas como volver a leer una noticia desde distintas ópticas para poder analizar y generar una nueva y más sólida visión al respecto. Puedo comenzar, por ejemplo, con el caso wikileaks, que tiene interpretaciones que van desde un simple descuido de alguien que tomo estado público hasta teorías conspirativas globales, o puede darnos una idea del manejo del flujo de información por parte de los medios a nivel internacional, puede también llevarnos a confirmar sospechas o a levantar sospechas respecto al funcionamiento de la verdadera diplomacia. En fin, una sola interpretación del tema, sería cuando menos mezquina. Pero no quiero hoy profundizar en ningún tema en particular, sólo intento mostrar que mi espíritu inquisidor, léase curioso, aún ronda mi ser. Porque el preguntarnos por qué las cosas son como son y no de otra forma puede llevarnos a distintos tipos de respuestas, que a mi entender son las básicas. La primera de ellas es que no hay respuesta, pues, hay cosas que son como son, solo porque si y no hay más que llegar a aceptarlas. La segunda es la más esperada de las respuestas, o sea, encontrar la respuesta esperada, suena redundante, pero es así. Generalmente preguntamos algo esperando cierta respuesta determinada, determinada por nuestra lógica de pensamiento o lisa y llanamente por nuestra forma de pensar (o algo así). Luego, tenemos la respuesta que no deseamos tener, la que nos dice una mala noticia, que hemos cometido un error, etc. Y finalmente, tenemos la respuesta que nos sorprende, esa que no sabíamos si esperar o no, esa que se da cuando hacemos lo que me gusta llamar “un salto de fe”, si bien puede parecerse a la respuesta esperada no es el caso, ya que la duda es el principal ingrediente que esta contiene y lo que busca no es reafirmar un conocimiento previo, si no, simplemente echar luz sobre un asunto, una situación, o cualquiera sea el caso.
Lo que nos motiva, nos acciona a realizar estas preguntas es el coraje a enfrentar una respuesta inesperada, es esa acción que, repito, me gusta llamar “salto de fe”, es eso de tomar riegos necesarios o innecesarios, eso que hace la vida más interesante. En definitiva, eso que nos hace llegar más lejos, darnos vuelta y ver que el que sólo había que jugársela un poco, que avanzar ciegos no hace ver otras cosas, auque sea la cara del medico preguntándonos si estamos bien.