jueves, 1 de septiembre de 2011

Septiembre

Yo si sé cuando me miento, sobran pruebas en mis intentos de creer en verdes paisajes de calles soleadas. Sé que corro tras la luz mirando al cielo, esperando que el celeste quite el peso de convivir con lo oscuro de una noche melancólica. Si, es cierto que me engaño, añorando primaveras de positivas elucubraciones. Esas ansias de salir con la sonrisa marcada de oreja a oreja, escuchando uno de esos grandes discos que me suele acompañar. La verdad que las largas noches sin consuelo de viejos dolores son iguales todo el año. Si mi compañía es una simple acumulación de almohadas en una inmensamente cómoda y fría cama y la velocidad en la que me enredo en las sábanas es lo cercano que me queda, claramente es un engaño. Un engaño que alimenta la esperanza de que los cambios de septiembre traigan un perfume que desconozco al que haré mi favorito. Simplemente el clima, ese buen clima, me incentiva a salir a caminar sin temor a manos frías por las tardes largas que se avecinan. Son los días de septiembre que me mueven de los infinitos anocheceres de un invierno que siempre parece extenderse más de lo que uno quisiera. Pero en lo constante del tiempo reza su aterradora y esperanzadora realidad, por lo que a septiembre solo resta esperarlo, con sus primeros colores y aires livianos, esos que cambian el engaño por la queja de una mancha en el lente de unas gafas oscuras y las ropas que ya no cubren mis brazos y piernas. Es entonces cuando ese gris personaje que puedo ser se transforma en un niño dueño de una mueca divertida que va vistiéndose como un hombre con el paso de los años. Si, es cierto que me engaño nuevamente, pero el invierno se despide y aligera mis pasos, hoy con eso me conformo.

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