Las decidías de un argento en el medio de la pampa. La mala mañana.
Cuando me levanté a sacar la pava del fuego me di cuenta de la cantidad de mate que he tomado en toda mi vida y me dije basta, ya es suficiente. Entonces fui en búsqueda del café, pero no tenia. Medité por unos segundos que hacer de mi vida y decidí volver a tomarme unos mates, los últimos me dije.
A media mañana me puse las alpargatas y salí a la calle, pero me clave algo en el pie. Estupidas alpargatas, no solo me dan dolor de cintura por tener poca suela, ahora también me clavo cosas en los pies, ya no puedo confiar más en ellas, pero como las botas estaban sucias, no me quedó más remedio que seguir de alpargatas, eso si, a regañadientes.
Luego del incidente del pinchazo, levanté la frente y encaré para el mercadito de la esquina con la intención de comprar unas verduras y un poco de carne para un pucherito, rico, como el mi abuela, pero otra vez la suerte se me había escapado. Cerrado por vacaciones, pero si estamos en invierno, no hay vacaciones en esta época. Bueno, volví para la casa, a ver qué comer, arroz otra vez no y no tengo nada más. Otra vez a meditar por un rato. Ya me decidí, hoy me como un asado y que se vayan a cagar. La carnicería más cercana estaba a unas quince cuadras de casa, así que tomé coraje y salí patinando en el barro con las alpargatas pinchadas para allá. En el camino me cruzo con un amigo que me dice que le robaron y si le puedo ayudar con unos pesos, bueno, somos amigos, pero tengo poco cambio y le doy grande, ahí se fue la mitad de mi asado, ahora toca asadito, sin chori ni morcilla, pero ¡que va! Con una tirita y un poco de pan estoy hecho.
Llegando a la carnicería ya me voy paladeando el asadito que me voy a comer, pero no me quiero ilusionar mucho, a ver si todavía también están de vacaciones. Me freno a unos metros y noto que estaba abierto, una buena para mi panza. Llegué a la puerta con la boca llena de baba, que hambre, ya son las once y media, me tengo que apurar sino se va hacer muy tarde.
Al entrar me saluda el carnicero y me dice que tiene un capón que no puede ser. Le digo que no me alcanza, sino encantado. Le pido una tira, es de medio kilo, llego justo, pero sin pan, no me importa, la tira es tiernita, me la llevo.
Cuando salgo del lugar empieza a llover, pero no es mucha agua, no me molesta. A mitad de camino a casa me acuerdo que dejé la leña afuera, me tuve que apurar para que no se me moje.
Llegué a casa como los bomberos, revoleando la tirita, no va y se rompe la bolsa y la carne cae al barro, pero ¡que día! Después de lavar el asado voy a ver la leña, toda mojada, me cacho. Bueno, con un poco del kerosén de la estufa va a prender igual.
Ya son las doce y todavía no prendí el fuego. Acomodo la parrilla, pongo los tronquitos finos para que arranque fácil, un poco de kerosén, un fósforo y listo. En el primer intento se consume el combustible y los troncos nada, las astillas quedan negras nomás. Bueno, vamos con otro intento, hoy me como un asado y que se caguen todos.
Después de casi una hora de intentar, ya me gasté más de la mitad del kerosén y el fuego sigue sin prender, encima acá a la noche refresca y la estufa no me va a durar mucho con tan poco combustible. Bueno, ya es tarde, tengo hambre, pero guardo la tirita en la heladera para otro momento. Mejor me voy a dormir un rato a ver si me pasa algo, con esta suerte nunca se sabe.
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