lunes, 23 de enero de 2012

Un día pasé cerca de un hombre que dormía en la calle

Un día pasé cerca de un hombre que dormía en la calle, era veinticinco de diciembre como a las seis de la mañana. El hombre sólo estaba tirado en un pedazo de colchón maltrecho vestido con harapos viejos y sus pies mirando el cielo. No creo que él me haya visto pasar, tampoco pasé tan cerca y mucho menos notoriamente, sólo lo hice como lo hacen tantos. Tan sólo pude verlo unos instantes, pero logré pensarlo un buen rato. No sé si fue la fecha, que tiene esa costumbre de rodearnos de nosotros, no sé si fue la hora, que suele estar acompañada por resabios de los brindis, no sé si fue la calle, que era la misma nada y por donde todo pasa. Ya no recuerdo con exactitud lo que pensé en ese momento, creo que fue una mezcla de pena e intriga por la historia de aquel hombre y mi imaginación potenciada por mitos de personas que han perdido feo y se dejan o deciden terminar ahí, en la vereda, hasta el fin de sus días. Son mis ideas las que vuelven y tratan de acercarme a aquel momento para encontrar un justificativo en mi desconocimiento de la vida de ese tipo. Son esas ideas que me proponen imaginarme vistiendo sus ojos durante las horas previas a mi paso. Pienso, por ejemplo en la relevancia de las doce campanadas de esa noche de verano, de cómo no le importa que lleguen las doce y no esté listo para el brindis. Del deseo de una buena comida a la hora que sea, por lo menos hoy, que parece ser un día que muchos esperan y preparan. Sin embargo, la idea de una decisión personal se acerca y me muestra que la fecha significa algo para mí y nada para él. De cuantas veces habrá dicho o recibido ese tan mencionado deseo de una feliz noche buena, habrá sido una noche buena o simplemente un momento más en ese continúo pasar del tiempo. Pienso, inocentemente, si pasar la vida en un colchón en el piso es bajarse del sistema o si es ser la resaca, lo que deja el sistema. Vuelven los pensamientos de su historia personal y vuelvo a vestir sus ojos. Es una noche en la que muchos no duermen, el día trae una ciudad vacía y se hace largo periodo donde el sol reina, me pregunto si la tranquilidad de la dormilona ajena le trae paz a su descanso o el pasar de miles de gentes lo aleja de su aparente soledad y son fechas de extrañar pasos extraños. Me pregunto si el brillo de sus ojos habrá sido mayor al de esos fuegos artificiales de aquellos que celebran con pólvora y colores en el cielo. La contundencia del final de un año puede ser tan ínfima cuando el mañana nunca llega y pasar de hoy suele ser el desafío, o lo que espera es una década y los días son pequeños, sin mucha trascendencia. Mis recuerdos se hacen claros y las imágenes de las cuadras caminadas son más vívidas, el pensar en lo importante es lo que me acompaña, qué tendrá verdadera importancia para él. Que relativas y banales son mis prioridades, pienso y me exijo cual borracho jura no beber más luego de una fuerte resaca. Pero toda mi imaginación, mi sentir del momento se topa con una simple incógnita que puede cambiar todo mi parecer, es o no su decisión vivir así. Nuevamente, me dejo llevar por mi ingenuidad o una engañosa esperanza de que esas sean, de hecho, sus posibilidades.