lunes, 15 de junio de 2009

Entrega III

III



Las mañanas pueden ser hermosas, por más frías que sean, con un poco de sol en la cara todo puede solucionarse y por eso salí caminando un rato antes de lo que demandaban mis obligacones. Con la idea de que mí bufanda pase a ser un exceso a las dos cuadras, partí lleno de grandes aires en búsqueda de mi destino, por el caso, un banco. Las colas en un banco pueden ser grandes estímulos para pensamientos desorbitados, lo es en mi caso. Pensando en eso pensé, necesito más luz en mi sueños, tal vez dormirme con una imagen cálida puede ayudar, dije.
La cena estuvo llena de colores y mis sábanas fueron cambiadas por unas de color, rojas, algo fuerte, influyente, esperaba. La somnolencia logró ganar y finalmente me dormí.
Recuerdo mí mano sujetando una rama larga y fina, pero resistente, creo que era lenga, un aroma fresco me rodeaba y la libertad de la inmensidad me invitaba a recorrer. Un aire frío me sacude desde la espalda y volteo a ver. La belleza del cause de un río de montaña me obnubila, son instantes que deseo profundamente. El agua moja mis pies descalzos y el frío se retira, la placidez de un paisaje como tal habla a las claras que mí plan esta funcionando, pero cómo, no me dejo llevar por mí sueño, soy conciente, no, no quiero eso para soñar. Quiero irme con la corriente, pero no me dejo y solo pienso, no debería pasar así. Del aroma solo el recuerdo, ya no siento el frío en la cara y el agua no me moja los pies, por qué, lo arruiné todo. No todo está perdido, mientras trato de abrir mis ojos, voy pensando. La oscuridad del cuarto me invita a retomar el descanso, pero cierta bronca por arruinarme no me deja hacerlo. Solo pienso a oscuras, sin moverme, es el silencio el que me aconseja a pensar. Aun así, tengo un secreto para evadirme, el recuerdo, si, ese río y su fresca sensación, los aromas de una mañana en la montaña, logro percibirlos en la punta de mi nariz, ja, parece ser suficiente y el silencio comienza cambiar por el sonido del agua chocando en las piedras ya redondas de tanto roce. Ya no pienso en pensar, solo camino por un nuevo río, la tentación de tanta frescura me incita a tirarme sin miramientos a nadar en lo profundo de un, ahora, gran río, ya sé, el agua es gélida, pero no se preocupen, es un sueño. Flotando llego a la grandeza del mar y soy una cáscara de nuez perdida entre la inmensidad y el horizonte. Azul profundo es el color de todo lo que veo, jamás imaginé encontrarme en tal escenario, mucho menos disfrutarlo como lo estaba haciendo. El tamaño de mi sonrisa es tal que creo que no entraría en cuadro si fuera una película. Subo por popa al velero y comienzo a navegar por un estrecho que deja pasar solo unos rayos de sol que generan una imagen familiar en una de las laderas. No logro descubrir qué es la imagen, eso debería preocuparme, no lo siento así. Una gran ola choca con el barco y me arroja nuevamente al mar, ya no deseo estar en el ahí, siento el frío del agua aproximarse, una vez más, son eternos los instantes. Otra vez, esa luz potente me aturde y abro los ojos en medio de la oscuridad, enroscado en las sábanas. Respiro lentamente está vez, debo mejorar mis finales, pienso y me tapo del frío de mi cuarto.